Son los de Ruiz Pleguezuelos unos aforismos cortos, brevísimos, como si hubiesen sido trabajados a conciencia con un buril lo suficientemente fino y penetrante como para dejar el cuerpo en miniatura de sus textos completamente limpio, sin nada sobrante, pulido y terso. Ese pulimento extremo es lo que a mi modo de ver los hacen ser ligeros y sueltos, naturales, o, si se quiere, no interesados en buscar espectaculares golpes de efecto, cosa esta última a la que por desgracia suelen tender quienes poco o nada sustancioso tienen que decir y a lo más que llegan es a tirar cohetes para llenar de brillantes colores el blanco cielo del papel. Los aforismos de Ruiz Pleguezuelos sin embargo no condescienden con esa cohetería artificiosa ni persiguen el pasmo y la reacción de sorpresa del lector. Sin duda están pensados para pensar, para pararse a pensar, incluso para decirnos algo que muchas veces no queremos pensar ni decirnos. Por eso son directos y rápidos, remisos a los rodeos o a los circunloquios. Sin desviar un milímetro su trayectoria en dirección a la diana a la que van destinados, son como flechas que se clavan en el corazón y en la cabeza de quien los lee.
Ricardo Álamo, del prólogo